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Dinero: entre el uso y el abuso

El viento de cola externo que disfrutaron los países emergentes en los últimos años y Argentina en particular se está transformando en una leve brisa, como consecuencia que el dinero barato en el mundo está próximo a acabarse y que nuestro principal socio comercial (Brasil) está enfrentando problemas económicos que deprecia su moneda y como predice el Banco de Inversión Nomura Holdings, podría entrar en recesión en el tercer trimestre

A esto se le suma, la preocupación de los ahorristas sobre los desafíos de corto plazo, que deberá enfrentar el gobierno luego de las elecciones de octubre (ir corrigiendo el deterioro de algunas variables económicas, entre las que se incluye la cambiaria) y de mediano plazo para quien tome el poder en 2015.

Dado que tenemos tiempo, sería prudente analizar si estamos haciendo un “uso racional del dinero”, para que un eventual ajuste no nos sorprenda desprevenidos. Sería más fácil controlarnos si no viviéramos en una sociedad de consumo que se dedica a bombardearnos día y noche con productos cada vez más sofisticados y cada vez más caros y sino existieran los spots publicitarios que nos dan el siguiente mensaje: “Sí, la felicidad existe y una vida mejor es posible…solamente es más cara”. Esta situación nos lleva a comprar cada vez más, con un resultado que no es a largo plazo como se podría suponer (tener menos ahorros para el futuro), sino inmediato: gastar más de lo que disponemos, vivir endeudados y siempre estar al borde de la quiebra.

 

Aunque el consumo excesivo no es una “enfermedad de la modernidad”, recién hace una década se le comenzó a prestar cierta atención en el ámbito de la psicología.

 

Hoy, constatamos a diario esta patología: algunas personas no pueden parar de comprar por Internet, otras incluso no le prestan atención a su familia ni a sus hijos y van constantemente de shopping porque precisan satisfacer sus necesidades de consumo cotidianamente, incluso muchos matrimonios colapsan a causa de los gastos excesivos de uno o de ambos cónyuges.

Sin embargo, en una era de máximo consumo como la nuestra, las compras compulsivas son una adicción socialmente aceptada, y de hecho se han convertido en el tema recurrente de innumerables series televisivas y tiras cómicas de los diarios, y se han transformado en uno de los pocos “desórdenes” del comportamiento del cual todavía no es incorrecto reírse. En palabras del sociólogo Ronald Faber: “Se trata el problema de la misma manera en que se encaraba el alcoholismo en la década del ’50, como una debilidad sin mayor importancia y de la que uno puede reírse”.

 

Existe una diferencia entre el “comprador impulsivo” y el “comprador compulsivo”. Mientras el primero es aquel que puede planificar y tener claro lo que necesita, pero su comportamiento puede cambiar radicalmente cuando sale de compras. Por ejemplo, va al supermercado a comprar dos o tres productos, pero termina llevando diez, porque las ofertas y la disponibilidad y variedad de artículos le hacen sentir en ese momento que los necesita; en el segundo, las compras están motivadas por impulsos internos e irresistibles a comprar de manera frecuente y desordenada (sin evaluar si lo que se adquiere es necesario ni si se condice con el presupuesto personal) para obtener una gratificación o placer.

 

Tener la billetera vacía y las tarjetas de crédito sobregiradas, además del incontrolable deseo de seguir comprando, entonces, se relaciona con problemas afectivos que impiden medir el impacto financiero y emocional de dicha conducta. Se trata en realidad de un trastorno patológico grave de la personalidad que requiere atención psicológica. Al ser silenciosa, la compra compulsiva ayuda a anular al menos momentáneamente la angustia, pues brinda la satisfacción inmediata, sencilla y tangible, que es la característica del consumo en oposición al ahorro, que se anida en el pensamiento. El consumo le gana al ahorro, como los impulsos se imponen a la razón. Al igual que cualquier otra adicción, la compra compulsiva, aunque no deja huellas físicas, deteriora la salud mental y financiera de las personas que la sufren y de su entorno.

 

Si bien tenemos un año por delante para sentir el peso del ajuste, cuanto antes nos disciplinemos mejor será nuestro futuro bienestar económico y el de nuestra familia.